Se abre la flor, se marchita y muere; pero deja tras sí el aroma que perdura en el ambiente cuando ya sus pétalos están hechos polvo. Nuestros sentidos corporales no lo advierten y sin embargo existe.
El eco de la nota emitida por un instrumento perdura eternamente. Jamás se extingue por completo la vibración de las invisibles ondas del mar sin orillas del espacio. Siempre viven las energías transportadas del mundo de la materia al mundo del espíritu.
Y el hombre, preguntamos nosotros, el hombre, entidad que vive, piensa y razona, la divinidad residente en la obra maestra de la naturaleza, ¿habría de abandonar su estuche para no vivir jamás?
-Helena Petrovna
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