Era una tarde soleada, de aquellas que suelen presentarse en Lambayeque, y nuestro personaje se encontraba sentado en una cálida silla, probablemente ojeando un periódico, aunque yo predigo que estaba llenando el crucigrama o leyendo las viñetas de humor de una pasada edición sabatina. Había una sombrilla sobre la mesa que le daba sombra a sus labios pronunciados, haciendo una silueta un poco mágica y graciosa a la vez sobre su rostro, y el viento, aún no se hacía presente en la escena. Todo era el mismo ambiente de siempre, el prado, las flores, "las mismas gentes" diría una señora, sólo el típico viento no se hacía presente, y eso, podría significar un augurio.
De pronto, las hojas de los periódicos empezaron a agitarse, a rebelarse contra los dedos que las sostenían, y el viento, sólo fue un preludio de ella entrando en escena. Ella, la de los cabellos rebeldes, los que el viento azotaba una y otra vez, haciéndolos bailar al ritmo que él quisiese, cabellos negros y espesos, mostrándonos ese baile tan erótico y sensual en medio de una soleada tarde de verano.
"Fue imposible no mirarte"- pronunció él para sí mismo.
Ella sólo estaba molesta con el viento, por bloquear la mirada al frente con su propia melena, de la cual ignoraba totalmente el magnetismo que sus movimientos podrían causar en el sexo opuesto. Meció sus cabellos entre sus dedos, tratando de apartarlos de su hasta entonces poco visible rostro, y les ordenó permanecer escondidos en un rincón apacible detrás de su redonda oreja, dejando así al descubierto su más penetrante y enigmática mirada, para pasar luego por sus rosados y naturales labios. A ella le desagradaba mucho utilizar sustancias pegajosas sobre el instrumento que utilizaba para hablar, besar, y a veces succionar el sabor de algún alimento.
"¿Dónde está la oficina de asuntos académicos?"- preguntó ella de manera muy desinteresada
Él solo tuvo tiempo para darse cuenta que sus manos ya estaban dando indicaciones, y que los miles de pensamientos que había tenido con ella, siguiendo sus pasos y teniendo una vida juntos, se iban tan rápido como las mismas señas que hacía indicándole el camino a seguir, tan rápido como el impetuoso pero imponente viento, el único que esa tarde se posaría sobre su piel, ¡ah!, y los rayos de sol.
"Gracias"- pronunciaron los labios rosas.
"No, gracias a tí"- dijo el chico. Pero ella ya se había ido.
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