En medio de estas noches en las cuales el frío se quiere colar por mi ventana está siempre esa sustancia acuosa y tibia tratando de darme calor acariciando mi rostro con timidez. Son aquellas de esas noches en las que todo se mantiene igual excepto por el escenario, pero los personajes son los mismos y sus actitudes también. Y en esos vacíos, en esos limbos entre la noche y el día, ese lapso en el cual siempre digo presente cuando por razones aparentemente desconocidas tú vuelves a mi pero no estás, y eso lo hace complicado. Es un momento en que los sueños se hacen realidad y te das cuenta que siempre han sido y seguirán siendo sueños, pues esa es su esencia, tal y cual dormir y estar despierto apenas si cruza una barrera. Y tengo ganas de decir mucho, pienso que debo exteriorizarlo pero no sale nada, quizás por la confusión dentro de mi, quizás porque aun no puedo definir claramente como es que suceden las cosas.
Sólo recuerdo como empezó, el mar bravo y yo dentro de él, él azotándome, refrescándome, me golpeaba con fuerza y yo no entendía el porqué de su repulsión pero seguía con él. A las finales un amigo me pidió irnos y entonces lo abandoné a pesar que aun no quería irme. Sentía mis mejillas adoloridas. Esa misma noche entendí el porqué de su comportamiento. Lección. Pronto el agua fría golpeándome por fuera se había transformado en agua tibia saliendo de mí, rozando mis adoloridas y ahora casi entumecidas mejillas.
Ahora ese bravo mar está muy lejos de mi, pero el agua tibia sigue saliendo por las noches.
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